24 de junio de 2011

El diagnóstico y la terapéutica

El amor es una enfermedad de las más jodidas y con-
tagiosas. A los enfermos, cualquiera nos reconoce. Hon-
das ojeras delatan que jamás dormimos, despabilados
noche tras noche por los abrazos, y padecemos fiebres
devastadoras y sentimos una irresistible necesidad de
decir estupideces.
El amor se puede provocar, dejando caer un puñadito
de polvo de quereme, como al descuido, en el café o en la
sopa o en el trago. Se puede provocar, pero no se puede
impedir. No lo impide el agua bendita, ni lo impide el
polvo de hostia; tampoco el diente de ajo sirve para nada.
El amor es sordo al Verbo divino y al conjuro de las bru-
jas. No hay decreto del gobierno que pueda con él, ni
pócima capaz de evitarlo, aunque las vivanderas prego-
nen, en los mercados, infalibles brebajes con garantía y
todo.

Parece estar en nuestra realidad mental femenina el hecho de anhelar que las cosas siempre sean mejores de lo que son en realidad.

El sistema.

Los funcionarios no funcionan.
Los políticos hablan pero no dicen.
Los votantes votan pero no eligen.
Los medios de información desinforman.
Los centros de enseñanza enseñan a ignorar.
Los jueces condenan a las victimas.
Los militares están en guerra contra sus compatriotas.
Los policías no combaten los crímenes, porque están ocupados en cometerlos.
Las bancarrotas se socializan, las ganancias se privatizan.
Es más libre el dinero que la gente.
La gente está al servicio de las cosas